La religión en la construcción de la nación ecuatoriana del siglo XIX: García Moreno y el perfeccionamiento moral
El laicismo, entendido como la superación de toda tutela religiosa por parte de una sociedad, es una clara manifestación de la modernidad occidental que, en el siglo XIX, inspiró las ideas independentistas en Latinoamérica. Dejar atrás al Estado confesional y perseguir su secularización implicaba adoptar los principios del liberalismo, «ideas de una hermosura precisa, estéril y, a la postre, vacía» dirá Octavio Paz, porque intentaban negar, por irracional, el comportamiento religioso de sociedades más bien fecundas en el campo de las creencias y de las imágenes populares, gracias precisamente a la síntesis del mundo prehispánico y del catolicismo. Al mismo tiempo, la consolidación de aquellas independencias exigía de los líderes y actores políticos el uso de un discurso que sea un factor de cohesión y unidad de países fragmentados por regiones, intereses económicos, clases sociales, razas y lenguas. Ecuador no fue la excepción. El dos veces presidente, Gabriel García Moreno (1821-1875), es a quien se le considera responsable de construir la nación ecuatoriana y el «estado católico ideal» con su modelo de «la cruz y la espada», la religión y el orden, pensamiento que se verá especialmente reflejado en la Constitución de 1869, conocida como la Carta Negra de García Moreno. Así, la instrumentalización del discurso religioso, sus rituales, símbolos y ceremonias, no se limitó a crear y recrear un sentimiento de conciencia colectiva e identidad comunitaria, sino que pretendió construir al ciudadano ideal, fomentando sus virtudes y luchando contra la inmoralidad y el comportamiento disoluto, incluso del clero, aprovechando la naturaleza profundamente religiosa de grandes sociedades indias y mestizas. El papel cohesionador y moralizador de García es el motivo de esta ponencia, en donde analizo, desde la filosofía política y la historia, el uso de la religión como condición de posibilidad de la nación ecuatoriana y como base fundamental del orden social y la fuente del progreso humano, así como las tensiones entre el espíritu modernizador y liberal del Estado y la moral religiosa cristiana; experiencia histórica que nos da luces para comprender el retorno del discurso religioso a la política en el siglo XXI.