El liderazgo thymótico de Rafael Correa: entre el populismo y el deseo de reconocimiento
El populismo, considerado por unos como una forma de ideología y por otros como una lógica de acción política, se caracteriza por el rescate de las fronteras en la política, fronteras entre un nosotros -el pueblo- y un ellos -las élites, la casta, los inmigrantes. Rafael Correa Delgado, presidente ecuatoriano de 2007 a 2017 siguió la receta populista y construyó simbólicamente esa frontera entre el pueblo -los excluidos del sistema- y los otros, los pelucones; su discurso de izquierda utilizó los afectos, las emociones, para lograr la cohesión del pueblo al tiempo de animadversión a los culpables de la injusticia social, económica y política. En este estado de cosas, la lucha por el reconocimiento del pueblo fue una clara muestra de su liderazgo thymótico. El thymos es un concepto muy antiguo del que ya hablaba Platón y se relaciona con un sentido innato de justicia; lo trató Maquiavelo para referirse al deseo humano de gloria; o, Hegel al referirse al deseo de reconocimiento de los demás. Quienes lo han estudiado, lo relacionan con un buen orden político, al ser fuente de valor y espiritualidad. En esta ponencia me aproximo a este fenómeno desde la filosofía política y analizo la relación entre el thymos, como germen de dignidad y valía popular, y las características del correísmo que aprovechó exitosamente la profunda desconfianza de la ciudadanía hacia una institucionalidad decadente y una clase política excluyente, es decir, cuando el sentido de justicia se había vulnerado; de esta forma, el espíritu del thymos empujó al pueblo a salir a las calles y a llevarlo al poder. Una vez en el gobierno, el hombre «thymótico» que representa Correa, que se sentía responsable de proteger la dignidad popular, por medio de ritos, ceremonias y símbolos (de una auténtica «religión civil» como lo llamaría Rousseau) se constituyó en el redentor nacional, capaz de hacer frente a los enemigos del pueblo.