Nuevo Clientelismo
La debilidad de los partidos, junto a la ambición de las élites de ganar respaldo político, ha llevado a que las prácticas clientelistas se trasladen a las instituciones del Estado, tarea que han hecho los mismos agentes del Estado. En este contexto, “el clientelismo se convierte en una forma del sistema de gobierno, es decir, en una manera de gestionar el poder y una forma de organizar el consenso” . En tanto, el clientelismo se empieza a promover desde el Estado como parte de las reglas del juego político y de gobernanza; se toma como un instrumento viable por medio del cual el Estado se hace presente con sus responsabilidades frente a los ciudadanos. El clientelismo se ha convertido en uno de los instrumentos que, limitadamente, permiten la articulación entre el Estado y la sociedad. En él, se encuentran varios actores que intervienen: desde el Estado, lo hacen los agentes de este (funcionarios públicos), los integrantes de la sociedad (gremios, líderes comunales, organizaciones no gubernamentales, entre otros) y los partidos políticos. No existe duda de que los partidos políticos se han apropiado de algunas de las prácticas clientelistas que implementaron los caciques locales y han adoptado unas nuevas. Los partidos han establecido su propia estructura clientelista, la cual se ha calificado como “Clientelismo partidista’, ‘clientelismo de los partidos’ o ‘partidos clientelares”. En esta nueva etapa del clientelismo —esto es lo que nos interesa—, las prácticas clientelistas se han desarrollado utilizando las políticas públicas. Aquí el clientelismo ya no opera solamente en el ámbito local, sino que su radio se expande desde el nivel nacional. En este caso, el gobernante de turno (presidente) construye sus redes clientelistas utilizando las políticas públicas, o mejor, los recursos asignados a estas.